Caía la noche en una tarde de sábado. Era invierno y oscurecía pronto. Pasaban las horas y yo seguía afanada trabajando en mi cuarto. Sentí sed y decidí ir a por algo de beber. En el salón, mi familia disfrutaba jugando con la Wii. Nuestra gata, Leia, dormía apaciblemente saboreando el calor de la chimenea. En otra estancia mi «viejita» ojeaba entretenida sus revistas favoritas.
“¿Por qué no paras un rato y te vienes a jugar con nosotros?” Oí decir a mi pareja.
Con un gesto cariñoso, pero casi sin contestar cogí una bebida y me dirigí de nuevo a mi escritorio. Una sensación incómoda recorrió mi cuerpo. Me escuché internamente diciendo “me molesta ver que los demás descansan y se divierten mientras yo no dejo de trabajar”.
Pero… ¿Qué es lo que de verdad me fastidia de eso?
En realidad, no me molesta que ellos descansen, se relajen y disfruten. Si profundizo un poco me doy cuenta de que lo que, realmente, me crea malestar es el hecho de no permitirme a mí hacerlo, es decir no soltar mi idea de que si no hago no soy.
Esta es una de las creencias que más he observado en mí durante toda mi vida, que más daño me ha hecho y que más me costó soltar. Aún hoy creo que no la he soltado del todo.
Siempre repudié esa parte vaga de mí. Me decía, “nadie puede hablar bien, ni reconocer, ni valorar a los vagos, a los pasivos ¿cómo me voy a permitir yo ser así? ¿Qué pensarán de mí?”
Esa parte que rechazamos, que nos molesta tanto ver en otros, realmente está en nosotros, en un lado nuestro que no queremos ver, una parte de nuestra identidad que nos negamos admitir. Eso conforma nuestra sombra.
Fue el psicólogo y psiquiatra suizo, Carl Gustav Jung quien habló por primera vez de la sombra que todos tenemos. La sombra es esa parte oscura de nuestra personalidad que hay que aceptar para poder sanar. En nuestra sombra tenemos desterradas todas aquellas cosas que no queremos sacar de la oscuridad para no verlas, que descartamos. Todo aquello que no queremos reconocer que somos o hacemos.
En algún momento de nuestra vida, por alguna razón vinculada a necesitar ser valorado, amado, reconocido, o buscando un reflejo de perfección, decidimos desterrar esa parte de nosotros y dejarla oculta. Sin embargo, es imposible huir de ella, como es imposible salir corriendo sin que tu sombra te siga, por lo que acabamos proyectando fuera su contenido por miedo a ver en nosotros el origen de nuestro malestar.
¿Qué es lo que más rechazas del exterior? Pues eso determina tu sombra.
Cuanto más la ilumines y aceptes su contenido, que es parte de ti, menos rechazo sentirás a lo que veas fuera, menos comportamientos de otros repudiarás y más completo estarás.
Ser honestos con nosotros mismos es uno de nuestros mayores retos, por eso el conocimiento de uno mismo es la tarea más importante y difícil del que busca la verdad.
Según Jung, la no aceptación conlleva, irremediablemente, a una ruptura dentro de uno mismo, a una lucha interna origen de la neurosis que conlleva el sufrimiento.
Así que, usemos lo que vemos fuera y cómo eso nos hace sentir, para conocernos a nosotros mismos, porque ahí se manifestará lo que nuestra parte inconsciente tratará de desterrar y esconder. Convirtamos pues este efecto reflejo en nuestro mejor aliado para descubrirnos y completarnos.
Te invito a hacer la prueba con este pequeño ejercicio de auto-indagación:
Piensa en algo que te moleste mucho, algún comportamiento de otra persona que te saque de quicio. Y pregúntate, ¿qué es lo que realmente me perturba de esto?
¿Qué es lo que veo fuera? ¿Acaso, envidia, resentimiento, egoísmo?
De todo esto ¿qué es lo que puede haber dentro de mí que me crea tanto malestar al verlo?
¿Cómo puedo yo tener eso dentro de mi?
¿Acaso, yo desearía ser así a veces y no me lo permito?
¿Acaso, yo soy así en otro contexto, con otras personas o conmigo mismo, y no me he dado cuenta?
Sé honesto. A veces cuesta mucho aceptar lo que se ve, pero, sólo así podrás integrar todas tus partes. Integrar es el principio de la transmutación, de la liberación de nuestro sufrimiento.

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