¿Cuántas cosas nos dan tanto miedo y rechazo que no queremos ni oír hablar de ellas, que nos damos la vuelta y nos alejamos lo más posible? El dolor, la enfermedad, nuestros temores y heridas de la infancia, nuestras sombras, la muerte…
Queremos acercarnos sólo a lo que nos produce bienestar, gozo, alegría. Y esto está bien, porque es humano, forma parte de la vida y hay que disfrutarlo, pero sin olvidarnos de que la vida no es solo eso, que llegarán cosas que no nos gusten tanto. Estar abierto a ellas, receptivo a cualquier situación que se presente en tu vida, sabiendo que de todo se aprende y nada llega a nuestras vidas por casualidad, es clave para salir del sufrimiento y vivir desde la serenidad y la confianza.
¿Crees que esa persona que apareció en tu vida y que se convirtió en tu pareja fue por casualidad? ¿Crees que tener aquel jefe que te infravaloraba y te faltaba al respeto es algo casual? ¿Qué vivir la dura experiencia por la que estás pasando no tiene una razón de ser? Busca el sentido porque siempre lo hay. Atraemos a la vida lo que necesitamos de ella para crecer, para soltar patrones insanos, tanto físicos como mentales. Consciente o inconscientemente, le estamos pidiendo a la vida y ella nos responde, materializándolo en nuestro cuerpo y nuestro escenario.
Tengo un amigo cuya actitud ha sido siempre de queja y preocupación por todo. Ese rol de víctima y mártir que le impide ver nada positivo en lo que le sucede en su vida. Hace unos meses tuvo un infarto de talla mayor. El día antes le escuchamos hablar del trabajo y decir, ¡estoy harto de esto, quiero jubilarme ya! Esto no es casualidad. El cuerpo te da lo que le pides y más si le gritas. ¿Necesitas un parón? Lo vas a tener. Pero ahora, ¡para de verdad! y analiza cómo estás viviendo. Mi amigo ha salido del infarto, pero sigue enganchado a sus miedos y a su sufrimiento. Hay personas que tienen tan integrado el sufrimiento en sus vidas, se sienten tan identificadas con él, que no podrían vivir sin sentirlo, no sabrían cómo, ¿quiénes serían entonces?
Yo me pasé toda la vida enfrentada a mis tripas, queriendo controlarlas. Sentía que era un castigo tener que soportar sus impredecibles comportamientos. Y las odiaba por caprichosas, y por someterme a un sufrimiento continuo, por incapacitarme, por condicionarme tanto en mi vida en general, y por ser capaces de afectar mi estado anímico hasta niveles insospechados. Así que me llevaba fatal con ellas, las odiaba, las hablaba mal. Trabajar profundamente en la aceptación y la compasión me ha permitido relacionarme de otra manera con ellas. Hablarlas bien, tratarlas bien, interesándome por ellas, preguntándoles qué tal están. Comprendiendo que, después de tantas operaciones y de masivos diálogos internos insanos, hacen lo que buenamente pueden, hacen su mayor esfuerzo. Empezar a reconciliarme con ellas y comprenderlas ha sido mágico. He pasado de acordarme sólo de ellas cuando me incomodaban, a percibirlas con más intensidad y agradecimiento en sus estados de calma, que cada vez son más frecuentes. Aprendí que siempre que lucho contra la realidad pierdo.
¿Quieres saber cómo lo hice? Las visualicé como el ser que me produce más ternura en este mundo, y me acerqué a ellas aceptándolas, con amor y amabilidad, sin críticas ni juicios. Y os voy a decir algo, no es que las molestias hayan desaparecido, no es que de repente tengo el control sobre ellas, por supuesto que no, eso fue justo lo que solté, pero la forma en la que me relaciono con ellas y con el malestar que a veces me producen lo percibo de forma totalmente distinta, más llevadera, más tranquila, sin sufrimiento.
¿Cómo es posible sostenerlo todo, lo que nos gusta y lo que no? Pues, te digo que es posible con amor y compasión. Darle la bienvenida a todo y no rechazar nada es un acto de amor, no significa que te tenga que gustar lo que llega a tu vida o que estés de acuerdo con todo, significa que estés dispuesto a mirarlo de frente, conocerlo y ver lo que te puede enseñar.

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