Mi tío Ramón ya no vive. Cuando nos hablaba usaba siempre frases de esperanza y alegría, con la sonrisa siempre puesta en la boca. Recuerdo una en concreto que repetía con frecuencia, ¡La vida es maravillosa! A mis hermanos y a mi nos chocaban esas expresiones, especialmente cuando las escuchábamos en contextos dramáticos que nos tocó vivir, nos parecía incluso que estaban fuera de lugar. Mi tío Ramón era sacerdote marianista y, probablemente, la persona mas llena de amor, alegría, compasión y coraje que he tenido a mi alrededor. Aún joven, fue diagnosticado de diabetes severa y su cuerpo empezó a deteriorarse muy deprisa. Perdió la vista, le amputaron los dos pies, iba en silla de ruedas, pero jamás, jamás perdió su sonrisa ni sus palabras amables, llenas de esperanza y ánimo para todos- La vida es maravillosa repetía.
Ahora entiendo todo lo que nos decía cuando mi padre (su hermano) nos dejó de forma repentina siendo aún bastante joven y lleno de vitalidad. Después de la misa que él mismo ofreció nos abrazaba intentando consolarnos y aliviar nuestras lágrimas, y nos decía, que era la voluntad de Dios, que Dios había querido que eso sucediera para algo, y que esa experiencia nos serviría de aprendizaje. Quizás el alma de mi padre ya había aprendido y experimentado todo lo que tenia que aprender y experimentar en su experiencia terrenal. Pero a mí (al igual que a mis hermanos y mi madre) me costaba mucho entenderlo, no comprendía como un Padre Todopoderoso podía separar a uno de sus hijos de su familia cuando aún éramos muchos y jóvenes, mucha carga para mi madre. Pero ahora lo entiendo, he conseguido ampliar mi zoom y verlo de forma distinta. Aquello fue una lección para todos, fue como subir un peldaño en la escala del despertar, del ser consciente de la importancia de valorar cada instante de tu vida como si fuera el último, y disfrutarlo, aunque entonces no nos diéramos cuenta. Porque, como se suele decir, todo depende del color del cristal con el que se mire. Tenemos muchas opciones para entender las cosas, para comprender la vida, pero elegimos una, y esa se convierte en nuestra realidad. Por eso, lo que interpretamos de lo que ahí fuera sucede no es lo que sucede, es lo que nosotros percibimos a través de nuestro filtro interior, el cristal de nuestras lentes. De esta forma, podemos elegir ver nuestra película de vida en blanco y negro, o podemos introducir colores en nuestro escenario que transmitan alegría y ganas de vivir.
Dos personas viviendo la misma situación o parecidas, desafíos con el mismo nivel de intensidad y gravedad, pueden verlo diametralmente diferente.
Ahora entiendo a mi tío Ramón. Todos deberíamos aprender de personas como él, y más aún en los tiempos inciertos y convulsos que nos toca vivir, recordando en nuestro corazón que ¡La vida es maravillosa!

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