¿Te gustan los animales? ¿Y los gatos? ¿Te has parado un momento a observarlos en su día a día? Si no es así, te voy avanzando que no sabes lo que te pierdes. Los gatos, al igual que todos los animales, tienen mucho que enseñarnos.
Leia es nuestra gatita, tiene algo más de tres años, juega, come, duerme y poco más. De lo único que se tiene que preocupar es de ser gata, lo demás, viene solo. ¡Qué forma tan sencilla de lograr un estado de felicidad! Y diréis “¡Claro, con el afecto, sustento y protección asegurados yo también sería más feliz!” Lo cierto es que, a nosotros, los seres humanos, incluso con todas nuestras necesidades básicas cubiertas, no nos resulta fácil sentirnos felices, y esto es porque hemos convertido la felicidad en una meta, un lugar, fuera de nosotros, al que llegar, con ese insaciable deseo de tener más, de mirar lo que nos falta en vez de lo que ya tenemos y de ver estos logros externos como única vara de medir nuestro grado de satisfacción. En realidad, podemos pasarnos la vida así que nunca la encontraremos allí pues tiene, la felicidad, más que ver con nuestra actitud en el caminar de la vida que con nuestros éxitos materiales, una actitud embriagada de paz en el corazón.
El ser humano es inquieto por naturaleza, en el sentido de buscar el placer y el bienestar a través de nuevas experiencias, de conocimientos más allá de lo puramente racional. Incluso aquellos de mente cerrada, de visión estrecha, en algún momento seguro que llegan a preguntarse, aunque sea de forma sutil y aunque no quieran admitirlo, qué será lo que hay más allá, cómo sería experimentar algo distinto a lo que acostumbro a vivir.
El contacto con otros seres vivos y con la naturaleza en su esencia hace que tengamos nuevas experiencias y sensaciones, y darnos cuenta de nuestra capacidad para acogerlas sean las que sean, es posiblemente una de las cosas más maravillosas del ser humano y de las que nos sitúan por encima de otras formas de vida.
Nuestro desafío está en nuestra mente, en la que bullen mil y un pensamientos, muchos de ellos asociados a preocupaciones y miedos, que anticipan dificultades y calamidades. Nos enredamos en nuestro particular culebrón, nos complicamos la existencia boicoteándonos a nosotros mismos. Es cierto que un gato no va a trabajar, y que si madruga es porque quiere. No paga impuestos y no tiene que preocuparse de otra cosa más que de su alimento diario (si no tiene la misma suerte que mi gata). Su vida es mucho más sencilla, y eso es justo lo que hemos olvidado, hemos perdido la capacidad de simplificar y de disfrutar de las pequeñas cosas, siendo esta una de las llaves que abren esa puerta hacia la felicidad.
Hubo un tiempo en que el ser humano sólo se preocupaba de cosas muy simples y, al igual que el resto de la vida salvaje, su principal ocupación era su supervivencia. Poco a poco se fue haciendo más hábil, creando artefactos que le facilitaran la tarea de sobrevivir, pero le fueron complicando su otra labor, la de existir.
Empezamos a darle más importancia a lo que teníamos y menos a lo que éramos y hemos acabado viviendo en un mundo extraordinariamente tecnológico en el que disponemos de un sinfín de gadgets que nos hacen la vida más cómoda y que nos hacen infelices. Y nos hacen infelices porque dejamos en las manos de objetos externos la tarea de hacernos felices, depositamos en ellos la misión de ahorrarnos un tiempo con el que, luego, no sabemos qué hacer, y nos entristece el concepto de la deshumanización mecánica a la que nos sometemos voluntariamente todos los días de nuestras vidas.
Olvidamos que hubo un tiempo en el que trabajábamos con nuestras manos y creábamos objetos y cosas maravillosas. Las catedrales más majestuosas del mundo se hicieron con una tecnología muy rudimentaria comparada con la avanzadísima de nuestro siglo XXI. De igual forma, nos entregábamos en cuerpo y alma a nuestras tareas de alfarería, pintura, escultura o lo que fuera, Hablamos de nuestra capacidad de prestar atención plena y sentirnos entregados a la labor de cada momento para disfrutarlo intensamente. Y ahí es a dónde quiero llegar.
Cuando Leia está en “modo cazador”, da igual si la llamo a voces, si le muestro su juguete favorito o si tiro un vaso al suelo. Su atención es plena y absoluta. Todos sus sentidos apuntan a un solo objetivo. Todo su felino cuerpo está en la tarea de la concentración total de la posible presa a la que ha convertido en el centro de su diana y, si decide a ir a por ella, sus movimientos serán precisos, coordinados y encaminados únicamente a ello, nada de lo que suceda a su alrededor la distraerá de su misión. ¡Está en modo catfulness! Pero no se comporta así sólo cuando caza, hace lo mismo cuando come o cuando juega a la pelota, porque está enfocada y pone toda su energía en ello, atenta a lo que está.
¿Qué tal si imitamos a la gata y buscamos nuestros momentos catfulness del día?
Empieza por pequeñas cosas de tu vida cotidiana. Elige una actividad o tarea que hagas a diario de forma mecánica o rutinaria y dale la importancia que tiene. Hazte plenamente consciente de ello y experimenta cada instante como si fuera un delicioso ritual en el que dejas que cada experiencia provoque en ti nuevas sensaciones. Permite que ese momento que haces todos los días en modo automático se convierta en un acto consciente, que te hable y te diga cosas que nunca le habías escuchado, porque nunca antes le habías prestado atención. Ese momento del desayuno, o cuando te cepillas los dientes, al regar tus plantas o al cambiarle el agua a tu mascota, ese momento de la ducha o ese instante en el que una brisa fresca te regala la caricia del aire sobre tu rostro.
No necesitas que sean momentos muy prolongados, pero sí intensamente vividos, como si fueran los últimos. Y poco a poco, ve extendiendo tus momentos catfulness a más y más facetas de tu vida hasta que conviertas esa atención al momento presente en un hábito.
¿Qué ganarás con ello?
Vivir con consciencia y presencia se refleja en la calidad y eficiencia de tus acciones, pero lo que es más importante, hace que sientas mucha más claridad y calma mental, y paz en tu corazón. Te lleva a disfrutar del proceso de la vida, desde la pasión, la curiosidad y la creatividad, disfrutando del simple hecho de ser y existir.
¿No crees que merece la pena probarlo?

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